15 de marzo de 2007

Fast Words I: Carnaza

Las putas uñas eran lo que más me desagradaba, siempre que se las arrancaba se me quedaba algún trozo en el dedo y no tenía más remedio que dejar el trabajo a medio hacer. El hijo de puta no hacía más que resistirse a morir. Yo pensaba que para qué se gastaba, si con un buen canal que le abría nada más entrar por la puerta quedaba a mi merced. Me gustaba aquella cara de pánico, o más bien, de incomprensión con lo que pasaba. ¿Qué se le pasaría por la cabeza? Pensaría, ¿por qué a mi? No se daba cuenta que no había ninguna razón para ello, era cuestión de suerte.

Cuando ya le había abierto la tripa, le empezaba a arrancar todas sus vísceras, el intestino, los pulmones, el hígado, los riñones, creo que alguna vez, hasta estaba vivo el cabrón, aunque ya no gritaba. El estropicio era dantesco, la sangre saliendo a borbotones, manchándome todo el cuerpo, suerte que iba siempre bien pertrechado para no mancharme mucho, las paredes llenas de manchas, lo peor era cuando se cagaban, hay que tener poca dignidad, cagarte mientras te están matando… si es que no tienen vergüenza.

A las seis sonaba la bocina. Cambio de turno en el matadero, ya podía irme a casa.