18 de agosto de 2006

Tiempos Contados

- Deben ser como las cuatro de la mañana - pensó.

La luna casi llena que entraba por la ventana le permitía ver la silueta que formaba su cuerpo bajo las sábanas. Recordó el eclipse que estuvo mirando hacía unas horas y su mente tomó derroteros existenciales que inmediatamente cortó de cuajo con una mueca de menosprecio. No corrían épocas como para andarse con lindezas, se imponía un pensamiento pragmático.

Miró sus pies y los movió para comprobar que seguían allí una noche más. Fuera se escuchaban las risas de un grupo de chavales. El español que hablaban formaba una mezcla de acentos que no parecían tener un origen común.

Al rato las voces cesaron, no se si era porque los chicos se fueron o porque el sueño me venció unos minutos, pero ahí estaba de nuevo, atento a lo que pasaba a mi alrededor. Así, atento y a la espera, llegó el amanecer, y con él el sueño por fin me venció por unas horas.

A mediodía volví a despertarme. Abrí los ojos y ví la lámpara encendida que colgaba del techo de la habitación, miré nuevamente mis pies, apoyé la cabeza nuevamente en la almohada, inspiré profundamente y me incorporé casi sin utilizar las manos para ello.

Un gran reto superado nada más empezar el día - pensé.

Llevaba varias semanas obsesionado con que no podía levantarme de la cama sin ayudarme con los brazos y me había propuesto que todas las mañanas intentaría levantarme de un único impulso. Los primeros días no lo conseguí, pero a partir del cuarto o quinto intento lo logré y no volví a fallar hasta ayer, cuando mis abdominales no pudieron con mi peso. Desde ese momento estuve todo el día abstraído con la idea de que me estaba haciendo viejo, hasta hoy por la mañana, que ahí estaba sentado, nuevamente retando y venciendo a mi cuerpo.

Me senté en el borde de la cama, me calcé las chanclas de invierno y me incorporé para ir al baño, nuevamente sin hacer uso de mis manos para ello. Una leve sonrisa se escapó de mis labios tras el esfuerzo. Encendí la luz del baño y entré en él deteniéndome frente al lavabo, dudé un instante y fui al inodoro. Después de mear y sacudirme bien como hacía siempre, me puse de pie, no diremos sin hacer qué, y volví frente al lavamanos. Me miré al espejo, acaricié mi incipiente cabellera revuelta y hundí mis dedos en la mejilla derecha, a la vez que mi expresión cambiaba reflejando mis pensamientos en el espejo.

Me cepillé los dientes desdeñosamente. Me mojé la cara y mientras me la secaba con la toalla mis ojos se llenaron de lágrimas; bajé la vista, coloqué la toalla en el toallero, y salí del baño. Me acerqué a la ventana y la subí, qué más podía pedir que un buen día de sol.

Entré a la cocina para prepararme el café, hice lo propio y me lo tomé de pie, mirando por la ventana los coches pasar.

Ya habían pasado dos horas desde que me había despertado, y ya estaba en la plaza mirando las nubes pasar……………………………….prrrrr

7 de agosto de 2006

Noches de Otoño

Las casas se me echan encima, sus fachadas se curvan a mi paso, las puertas se abren al verme pasar y las ventanas entornan sus persianas para aullar ante mí presencia. No es una sensación nueva para mí. Suele pasarme en las noches de otoño cuando las hojas cubren las veredas de mi barrio. Mis pies intentan tocar suelo firme pero la hojarasca se interpone entre ellos y las anheladas baldosas color ladrillo. Mi mente no puede contarlas y se distrae con la llamada de los ventanales de las casas señoriales. Cuando el viento arrecia, las chimeneas humeantes abren sus fauces y engullen las nubes bajas que anuncian una mañana de nieblas. Giro a la izquierda y una puerta verde oliva me atrae con sus encantos. Me dejo engatusar por sus reclamos y sus barrotes me llevan flotando sobre el suelo de mármol del vestíbulo. Me dejan delante del ascensor, entro en él, las puertas se cierran y el ascensor comienza su ascenso cansino hacia el cuarto piso. Se detiene y abre sus puertas invitándome a salir. Hago lo propio y me aproximo a la puerta de la izquierda. Rebusco en el bolso buscando una llave. La encuentro, la introduzco en la cerradura y doy vueltas a izquierdas. La puerta se abre, los olores y sabores del interior vuelven a suspenderme en el aire y me introducen en la casa. La puerta se cierra tras de mí.


3 de agosto de 2006

Constancia

Iba uno por la calle y se cayó el del borde... el pobre se metió una leche que pa que, así q ahí estaba tirado en el suelo y jodido. La calle llena de gente y nadie se acercaba a ayudarlo. El tipo hizo ademán de levantarse, pero la verdad es que el suelo estaba calentito por el sol y en realidad no le apetecía, así que decidió quedarse un rato tirado. Pensó "Bah, si seguro que ahora viene alguien a levantarme y darme el coñazo". Pero la cuestión es que pasaron los minutos y nadie se le acercó. Así pasó el tiempo que se hizo horas y el tipo empezó a darse cuenta de que ya no era que no quería levantarse sino que es que no podía. No era una cuestión física, era un miedo que lo atenazaba, no sabía a qué, pero se daba cuenta de que estaba muerto de miedo, un miedo que lo paralizaba. Así que se quedó tirado y se hizo de noche. Ya nadie pasaba por la acera que era su casa temporal. Y si alguien pasaba de vez en cuando, lo más normal era q se alejase de él, incluso cambiándose de acera. Cuando amaneció en la calle en su segundo día se dio cuenta de que su boca estaba seca y que su tripa le indicaba que tenía que empezar a plantearse el comer algo. Miró a su alrededor y a medio metro a su izquierda vio un chicle a la altura de su pie. Intentó recogerlo estirando la pierna para acercárselo a su mano. Después de un cuarto de hora de denodado esfuerzo consiguió hacerlo llegar a su mano, lo agarró y se lo llevó a la boca para saciar su sed y su hambre.
Al cuarto día, ya deshidratado y hambriento, hizo un último esfuerzo por levantarse. Intentó doblar los brazos para apoyar las palmas en el suelo, pero su esfuerzo fue inútil, no logró siquiera iniciar el movimiento y su respiración sonaba agitada y entrecortada.\nAl séptimo día murió a primera hora de la mañana. Sus restos fueron recogidos inmediatamente e incinerados.